Copio el post de Esteban González Pons, porque es una importante reflexión sobre la pena de muerte y la vergonzosa hipocresía con la que enfrentamos esta realidad.
El problema no es la lapidación, la crucifixión o el ahorcamiento, por referirme a tres culturas de la venganza. El problema es la pena de muerte en sí misma, es el atavismo del placer de la muerte como venganza. "Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego", dijo una vez Mahatma Gandhi y seguimos intentándolo. La venganza, es un sistema de suma -1, en el que todos perdemos. Por contra, un derecho penal democrático debe buscar la reparación de la víctima y la rehabilitación del delincuente, es decir un sistema de suma +1 en la que todos ganamos.
Sakineh Mohammadi Ashtianí, pese a ser viuda fue acusada en 2006 de adulterio y condenada a muerte por lapidación en Irán. A ser enterrada hasta el pecho para inmovilizarla y recibir después un chaparrón de piedras, ni tan pequeñas como para sólo hacerle daño ni tan grandes como para matarla a la primera. Es una muerte terrible que al menos han sufrido 136 personas que se sepa desde la proclamación de la República Islámica. Por eso, por lo injusto de la causa, por lo salvaje del método de ejecución y porque nadie duda que la antigua Persia es hoy un Estado terrible, todos los medios de comunicación libres se hicieron eco del caso, se conmovió la opinión pública internacional y finalmente, después de una gran polémica, las autoridades cambiaron la acusación de adulterio por la de asesinato y su lapidación por una horca.
Teresa Lewis también fue condenada a muerte pero en Estados Unidos. En 2003 se le imputó que convenciese a dos hombres con sexo y dinero para que asesinaran a su marido y a su hijastro, y cobrar así el seguro de vida. Los dos sicarios fueron castigados con la cárcel mientras que a Teresa se le impuso la pena capital pese a ser retrasada. Es cierto que estamos ante un crimen abominable, que el fallecimiento por inyección letal es presuntamente poco doloroso y que la prisión de Greensville en Virginia es un lugar civilizado y por eso no hubo protestas mundiales, sólo se contó en los periódicos porque el reo era una mujer deficiente. Y en la puerta del centro penitenciario en el que la ejecutaron nada más que hubo 14 personas con sus pancartas.
Estados Unidos no es Irán; la ley norteamericana, democrática y racional, no es el código coránico; el asesinato del propio esposo y su hijo no es comparable con el adulterio contra la memoria del cónyuge fallecido; bien, pero, con mayor o menor crueldad, la pena de muerte es igual de inmoral en todos los casos en los que se aplique. No es Irán quien se comporta como occidente al elegir la horca frente a la lapidación, es al revés. Somos nosotros quienes perdemos la dignidad al aceptar naturalmente que, en el llamado "mundo civilizado", la muerte siga siendo un castigo aceptable.
Si consideramos que matar es un delito es porque matar es injusto y, si es injusto, lo será mate quien mate. Por lo tanto, el Estado no puede matar sin cometer con ello un acto injusto.
Nadie puede cometer delitos, y el Estado tampoco. Y lo mismo que nos parece obvio que en nombre del Estado no se pueda robar, violar, esclavizar o torturar, nos debería parecer inaceptable que se pueda matar en algún país. ¿Por qué aplicar la ley del ojo por ojo al asesinato si no maltratamos al maltratador o drogamos al traficante? Estoy contra la muerte de Sakineh pero con igual fuerza contra la de Teresa, estoy por el derecho y contra la venganza
Teresa Lewis, como un adolescente, pidió para su última cena un pollo frito de Kentucky y un refresco, un Dr. Peppers, lo que la resume bien y nos retrata a los demás. Ante su ejecución, no puedo decir aquello de que moralmente hemos muerto un poco todos menos ella, porque no es verdad. Todos nos hemos rebajado sí, pero sólo Teresa está muerta. Y tampoco puedo decir que no la olvidaremos, ya que la inmensa mayoría de nosotros ni siquiera llego a saber que estuvo viva. Me trago las palabras lleno de vergüenza.
El problema no es la lapidación, la crucifixión o el ahorcamiento, por referirme a tres culturas de la venganza. El problema es la pena de muerte en sí misma, es el atavismo del placer de la muerte como venganza. "Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego", dijo una vez Mahatma Gandhi y seguimos intentándolo. La venganza, es un sistema de suma -1, en el que todos perdemos. Por contra, un derecho penal democrático debe buscar la reparación de la víctima y la rehabilitación del delincuente, es decir un sistema de suma +1 en la que todos ganamos.
Sakineh Mohammadi Ashtianí, pese a ser viuda fue acusada en 2006 de adulterio y condenada a muerte por lapidación en Irán. A ser enterrada hasta el pecho para inmovilizarla y recibir después un chaparrón de piedras, ni tan pequeñas como para sólo hacerle daño ni tan grandes como para matarla a la primera. Es una muerte terrible que al menos han sufrido 136 personas que se sepa desde la proclamación de la República Islámica. Por eso, por lo injusto de la causa, por lo salvaje del método de ejecución y porque nadie duda que la antigua Persia es hoy un Estado terrible, todos los medios de comunicación libres se hicieron eco del caso, se conmovió la opinión pública internacional y finalmente, después de una gran polémica, las autoridades cambiaron la acusación de adulterio por la de asesinato y su lapidación por una horca.
Teresa Lewis también fue condenada a muerte pero en Estados Unidos. En 2003 se le imputó que convenciese a dos hombres con sexo y dinero para que asesinaran a su marido y a su hijastro, y cobrar así el seguro de vida. Los dos sicarios fueron castigados con la cárcel mientras que a Teresa se le impuso la pena capital pese a ser retrasada. Es cierto que estamos ante un crimen abominable, que el fallecimiento por inyección letal es presuntamente poco doloroso y que la prisión de Greensville en Virginia es un lugar civilizado y por eso no hubo protestas mundiales, sólo se contó en los periódicos porque el reo era una mujer deficiente. Y en la puerta del centro penitenciario en el que la ejecutaron nada más que hubo 14 personas con sus pancartas.
Estados Unidos no es Irán; la ley norteamericana, democrática y racional, no es el código coránico; el asesinato del propio esposo y su hijo no es comparable con el adulterio contra la memoria del cónyuge fallecido; bien, pero, con mayor o menor crueldad, la pena de muerte es igual de inmoral en todos los casos en los que se aplique. No es Irán quien se comporta como occidente al elegir la horca frente a la lapidación, es al revés. Somos nosotros quienes perdemos la dignidad al aceptar naturalmente que, en el llamado "mundo civilizado", la muerte siga siendo un castigo aceptable.
Si consideramos que matar es un delito es porque matar es injusto y, si es injusto, lo será mate quien mate. Por lo tanto, el Estado no puede matar sin cometer con ello un acto injusto.
Nadie puede cometer delitos, y el Estado tampoco. Y lo mismo que nos parece obvio que en nombre del Estado no se pueda robar, violar, esclavizar o torturar, nos debería parecer inaceptable que se pueda matar en algún país. ¿Por qué aplicar la ley del ojo por ojo al asesinato si no maltratamos al maltratador o drogamos al traficante? Estoy contra la muerte de Sakineh pero con igual fuerza contra la de Teresa, estoy por el derecho y contra la venganza
Teresa Lewis, como un adolescente, pidió para su última cena un pollo frito de Kentucky y un refresco, un Dr. Peppers, lo que la resume bien y nos retrata a los demás. Ante su ejecución, no puedo decir aquello de que moralmente hemos muerto un poco todos menos ella, porque no es verdad. Todos nos hemos rebajado sí, pero sólo Teresa está muerta. Y tampoco puedo decir que no la olvidaremos, ya que la inmensa mayoría de nosotros ni siquiera llego a saber que estuvo viva. Me trago las palabras lleno de vergüenza.
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